Vivo en un ataúd
Vivo en un ataúd. Cada astilla es un recuerdo ajeno, cada nudo, la cara de un fantasma. Sus muebles son dientes arrancados, arrastrados sobre el océano, maltratados por el olvido. El atrezzo de una obra que me sé de memoria sin decir ni una palabra. Nunca vestí los trajes del ropero, seda convertida en telarañas. Nunca escuché tocar el piano, absurdo mueble desafinado. Nunca posé para las fotografías, desde las que me observan extrañas con las que solo comparto sangre. Esta no es la casa de mi madre, ni de la suya, ni la de nadie. Es solo un bloque de hormigón malamente decorado, que no adorna ningún recuerdo. La historia se quedó al otro lado, a mil kilómetros de aquí, en un ático que alguien alquilará para ver a la Macarena. Vivo en una casa vacía, llena de cosas que no son mías.