Vivo en un ataúd

Vivo en un ataúd.
Cada astilla es un recuerdo ajeno,
cada nudo, la cara de un fantasma.

Sus muebles son dientes arrancados,
arrastrados sobre el océano,
maltratados por el olvido.

El atrezzo de una obra
que me sé de memoria
sin decir ni una palabra.

Nunca vestí los trajes del ropero,
seda convertida en telarañas.
Nunca escuché tocar el piano,
absurdo mueble desafinado.
Nunca posé para las fotografías,
desde las que me observan extrañas
con las que solo comparto sangre.

Esta no es la casa de mi madre,
ni de la suya,
ni la de nadie.

Es solo un bloque de hormigón
malamente decorado,
que no adorna ningún recuerdo.

La historia se quedó al otro lado,
a mil kilómetros de aquí,
en un ático que alguien alquilará
para ver a la Macarena.

Vivo en una casa vacía,
llena de cosas
que no son mías.

 

Este texto apareció en el número IV de la revista Aguaviva. 

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